Fui aceptado por el Divino Trono del Mayoral y nombrado Exú hace más o menos dos mil años. Esto sucedió después de mi último pasaje por la tierra.
En ésa, que iba a ser mi última vida como humano, fui un miserable pescador y desencarné atrapado por el odio, buscando venganza, dando rienda suelta a mi egoísmo, mi vanidad y todos los demás vicios humanos que se puedan imaginar.
Habitaba un poblado de la orilla del gran río sagrado. Nuestra aldea rendía culto a la naturaleza e inconcientemente, hacia ofrendas crueles de animales y fetos humanos.
Un día mi propia mujer quedo embarazada y el sumo sacerdote decidió que la simiente que crecía en el vientre de mi amada, debía ser sacrificada para calmar al dios de la tempestad.
Se trataba de mi primer hijo y yo, obviamente, no permití que tal infortunio se abatiese sobre mi futura familia.
Pero, todo fue en vano. Una noche, en que la tempestad castigaba la aldea, los hombres se reunieron, invadieron mi tienda silenciosamente, capturaron a m mujer y l violaron provocando que abortase.
Luego, tomaron el feto he hicieron la inútil ofrenda en el poso e los sacrificios.
Mi pecho se llenó de odio y nada hice para contenerlo. Uno por uno, maté a los hombres que habían destruido lo que más apreciaba en la vida, e inclusive al sacerdote que los había inducido a semejante barbarie.
Viendo el desastre provocado por la tempestad, que prácticamente había arrasado la aldea, me llene aun más de resentimiento. Negué la existencia de tales dioses por los que inútilmente había perdido a mi familia.
Mi profundo dolor no podía desaparecer, ni siquiera apaciguar ante mi cansancio. Nunca más pude dormir abrazado ala ternura de mi hermosa compañera. En lugar de eso, noches interminables de pesadillas entrecortadas. Despertares angustiosos con el rostro bañado en sudor. Y el dolor, al no poder desaparecer, se fue convirtiendo en odio. Me trasformé en un salvaje, del que yo mismo hubiera escupirlo al suelo para maldecirlo unos años antes.
Al comienzo, asaltaba a los grupos de hombres que llevaban sus carretas al mercado. Si ofrecían alguna resistencia, que yo considerara amenazadora, ninguno sobrevivía. Y no hice diferencia entre hombres mujeres o niños.
Pero un lobo salvaje tampoco esta solo, otros parecidos a mi se unieron. Pronto constituimos una enorme jauría que se animó a atacar poblados.
El odio se alimentaba con la destrucción, y el mío era insaciable.
Mucho antes de que me convirtiera en líder de aquella banda de forajidos, otra se había formado en el astral.
Los espíritus del primer grupo de hombres que mate por venganza, junto al sacerdote, rápidamente se unieron, liderados por él mismo, para inducirme hacia las tinieblas. A ellos también los unía el odio.
Se alimentaban del mío y su objetivo final era mi propia muerte.
Con el correr del tiempo, también se acercaron espíritus que, naturalmente son atraídos por la violencia. Cuando más crecía mi banda, mayor era la cantidad de espíritus en las tinieblas que me atormentaban.
Asolamos una gran parte de Egipto antiguo, la aguas de Nilo, se tiñeron de sangre a nuestro paso. Muchas aldeas cayeron, aunque sus hombres trataron de formar pequeños ejércitos para enfrentarnos. Claro que algunos de mis hombres murieron. Pero es, lo único que logro fue aumentar nuestra locura asesina.
Las mujeres capturadas eran las únicas que sobrevivían un poco más, convertidas en objetos para divertirnos y saciar nuestras depravaciones hasta que, agotados nuestros recursos, decidíamos avanzar hasta la próxima aldea. Luego, antes de seguir nuestro caminote desolación, las matábamos sin el más mínimo gesto de piedad.
A medida que avanzábamos, otros hombres con la misma sed que los primeros, se unían a mi jauría. Siempre fueron más los que querían seguirme que los muertos en batalla. Por lo que, nos convertimos en numero cada ves mas grande y desbastador. Llegamos hasta las puertas de palacio del poderoso Faraón.
El también tenía enemigos que lo odiaban por motivos religiosos y que estuvieron dispuestos a pagarnos con enormes riquezas si lográbamos eliminarlo.
Que podíamos hacer, si igual estábamos dispuestos a ir contra el rico Faraón, aceptamos la oferta y planeamos el ataque.
Pero esta vez, no se trataba de aldeas desprevenidas y pequeños “ejércitos” de alfareros, pastores y cultivadores.
Esta vez, el numeroso ejército del Faraón estaba formado por guerreros, algunos de ellos con gran experiencia.
Aunque tuvimos de nuestro lado la sorpresa y en los primeros momentos parecía que podíamos alcanzar la victoria. Pronto reaccionaron y el grueso de la tropa se lanzo contra nosotros.
Los arqueros, estratégicamente colocados, iniciaron su trabajo con precisión. La mayoría de mis perros rabiosos, cayeron heridos por sus dardos. Al final, éramos un pequeño grupo de desesperados exterminados más por nuestro propio cansancio que por sus lanzas.
Partí para el infierno, pero no me refiero a aquel que mencionan las leyendas religiosas, el infierno más implacable es el de la propia conciencia.
Mi propio cuerpo inerte, abatido por el golpe certero de una espada que se hundió en mi pecho. Mi rostro desencajado, manchado por sangre propia y ajena, barro y sudor. Mi boca abierta, que no pudo contener el último vómito de sangre.
Estaba aturdido y no pude comprender lo que sucedía, mi cuerpo tendido y mi sangre q corría por todos lados me recordó las atrocidades que había cometido.
Mire al mi alrededor y todo el espacio estaba ocupado de cadáveres superponían las imágenes de los muertos que fueron mis propios compañeros o enemigos en mi ultima batalla con otros que habían muerto por mis acciones pasadas.
De pronto todo se transformó y el espacio oscuro se llenó con millares de cuerpos en descomposición y calaveras que se acercaban intentando tocarme y luego se alejaban, cediendo el espacio a otras con las mismas pretensiones.
El odio, que me había servido en la tierra para protegerme del dolor, cayó como un viejo árbol podrido y en su lugar quedó una pena profunda como abismos infernales en los que me encontraba-
No se cuanto tiempo estuve, arrodillado y llorando, ante la presencia de aquel horror.
Mi conciencia se cerró sobre si misma y tuve miedo. Ya no era quien había sido sino, ahora me había convertido en alguien completamente derrotado por el peso de mis propios errores.
Escuche rizas que llegaban de las profundidades oscuras y el miedo fue superior a cualquier dolor que hubiera experimentado mientras estaba vivo.
El paso de la soledad y la culpa aumentaron mi desdicha. Recordé el poblado donde había construido mi hogar, mis compañeros de juego, mi amada esposa. Nada de eso quedaba, todo me había abandonado. Allí solo había llanto y crujir de dientes.
Sumido en las tinieblas de mi propia conciencia, sufrí lo indescriptible. Solamente quien otorga el permiso para entrar en aquella terrible oscuridad puede alabar lo que estoy contando. Recordar todo esto en la actualidad no me produce ningún dolor, pues mucho fue lo que aprendí de este triste episodio de mi vida espiritual.
Por largos años yo anduve por aquella inmensidad oscura atormentado por fantasmas sin descanso. Agoté todas mis fuerzas, ya no había mas pena ni lágrimas, ni odio, ni amor, nada pudiera sentir.
Era ya casi uno más de los fantasmas que habitaban esas tinieblas. Un fantasma que deambulaba casi inconsciente, dejándome arrastrar por los remolinos del viento infernal.
Si embargo, en un último arrebato de conciencia, imploré que alguien pudiera ayudarme.
No se ni cuanto tiempo pasó, mi conciencia permanecía aturdida la mayor parte de él.
Sin embargo, en breves momentos de lucidez pude ver que había acudido a mi llamado. Me ví atado a un enorme caballo negro, el jinete que lo conducía parecía un guerrero, semejante al que yo mismo había sido en la última etapa de mi vida sobre la Tierra.
Arrastro mi cuerpo amarrado durante una larga jornada. Mi conciencia, por momentos se hundía en la oscuridad. En los intervalos, sentí mi cuerpo inmovilizado, amarrado a unas ramas que me permitían deslizarme sobre el suelo.
El caballo ejercía una fuerte tracción, cuando el jinete le ordenaba avanzar y creo que casi no se detuvieron durante toda la jornada.
Al finalizar el viaje, puede percibir algo del paisaje que nos rodeaba, era distinto de lugar donde había sido recatado. Fui colocado sobre una superficie plana de una gran piedra antes de volver a perder la conciencia.
Cuando desperté, vi que algunas personas me rodeaban y manipulaban mi cuerpo haciendo que me sintiera reconfortado. Pensé una pregunta y me la respondí de inmediato: ¿habían sido escuchados mis ruegos?, si así no fuera, todavía estaría en aquel infierno.
-¡cállese y aproveche, la oportunidad que vuestro padre le concedió!
Me respondió una vos que no pude saber si la había escuchado del exterior o del interior de mi mismo.
Definitivamente no era yo, además, no había expresado la pregunta ni la respuesta, solo lo había pensado. Di las gracias y trate de calmar mi propia mente relajándome.
En esa piedra fui alimentado y cuidado con gran atención durante un largo tiempo hasta que mi cuerpo se repuso y pude ponerme en pié. Entonces, se presento mi salvador. Tenía el aspecto de un noble caballero, armado para el combate.
Portaba un enorme tridente, adornado con flamígeros rubíes. Su talla era muy grande y cubría su dorso con una larga capa negra.
No pude ver su rostro y me incliné un poco para tratar de hacerlo.
-no hagas tonterías intentando mirarme, el día que te vea, me veras a mí, por que aquí somos todos iguales. Me dijo el guerrero con vos severa.
Mi cuerpo tembló sin que pudiera dominarlo, no pude pronunciar una palabra e incline la cabeza, resignada a obedecer sus órdenes.
-Me ordenan conducirte y tenerte como esclavo, debes obedecerme si ni quieres volver al lugar pestilente de donde te rescaté. Si me obedeces con atención, te daré trabajo y alimento, si no lo ases, sufrirás el castigo merecido.
Luego que termino su parlamento, espere unos segundos y manteniendo la cabeza inclinada, me atreví a dirigirle una pregunta:-¿puedo saber su nombre?
De inmediato me contestó:-por ahora no puedo decírtelo, pero a su tiempo lo sabrás.
Ahora mantén tu boca cerrada, vamos a nuestro primer trabajo.
Dio media vuelta y con una seña, le ordeno al caballo que comenzara su marcha. Atrás iba yo, siguiendo lo a corta distancia.
A veces tuve que correr para alcanzarlo cuando su corcel apuraba el paso. Pero, por lo generalmente avanzábamos caminando.
Nos dirigimos a lugares bastantes densos del plano astral, donde los espíritus oscurecidos pelean entre si por un poco de energía. Sus conciencias permanecen obnubiladas por el egoísmo y no pueden percibir que en la luz tienen energía inagotable para cada uno de ellos.
A pesar de su necedad por permanecer en el dolor, algunos de estos espíritus tienen mucho poder y pueden causar fuertes desequilibrios en el plan universal.
El caballero al que servia enfrento a muchos de ellos, restableciendo el orden y yo colabore con el siguiendo sus instrucciones sin cometer errores.
Aprendí a utilizar algunas armas y recibí muchas lecciones. Comencé a sentir admiración, que con el tiempo se transformo en amor por la creación.
Gradualmente, alcance mayores niveles de jerarquías, demostrando mi fidelidad y afecto, ganando la confianza de mi feje directo y sus superiores.
Fui puesto a pruebas muchas veces y finalmente, pude elaborar mis propios planes y concretarlos en beneficio del bien que representábamos.
Fue largo el aprendizaje, aunque no resulta sencillo medir el tiempo astral en tiempo terrestre, pasaron aproximadamente cien años.
Entonces, se constituyo una asamblea de hombres iguales a mi jefe y fui oficialmente nombrado Exú.
Omolù y el Divino Trono del Mayoral, para asumir las responsabilidades de mi nueva condición:
- AMOR A DIOS Y SUS LEYES.
- AMOR POR LA CREACION DEL PADRE Y TODAS SUS CRIATURAS
- FIDELIDAD SOBRE TODAS LS COSAS
- COMPRENSION Y ESTUDIO, PARA JUZGAR CON LA DEVIDA SABIDIRIA.
Obedecer las reglas superiores para controlar las inferiores y algunas otras reglas, que ni me es permitido citar, dad la importancia que tienen para los Exú.
Al principio haciendo gala de mi nuevo nombramiento, trabajé, por gratitud y simpatía, dentro de la falange que comandaba mi jefe. Pero luego surgió la necesidad de tener mi propia falange, dado la gran cantidad de esclavos que había capturado.
Para esa época, mi antiguo verdugo, el sacerdote que alentó a los hombres a mi tribu para violar a mi esposa y sacrificar a nuestro hijo. Tuvo que reencarnar en África y mi esposa debería ser esposa de el para que la ley se cumpliese.
Viendo el panorama que se avecinaba, solicite una audiencia con el Señor Omolù
Y el Señor Ogúm Megè, para pedir sus aprobaciones a favor de convertirme en el guardián de mi propio verdugo.
Mi pedido fue atendido y me a la izquierda del sacerdote que, en la aldea donde nació, fue preparado desde muy pequeño para convertirse en babalorixa y reemplazar a su padre de sangre cuando llegará el momento.
La hija del babalawo, era mi ex –esposa y estaba prometida a su antiguo asesino.
Así se desenvolvió la trama que puso fin a nuestras diferencias mi ex -mujer dio a luz a veinticuatro hijos y todos ellos fueron criados con debido cuidado. Mucho trabajo tuve en aquella aldea, hasta que comenzaron las invasiones y capturas para el comercio de negros vendidos a occidente.
En el plano astral la actividad se incremento, teníamos que contener las emanaciones de rebelión y odio que brotaba de los esclavo.
Mi protegido ya estaba viejo y fue perdonado, pero sus hijos esclavizados, la Ley debía cumplirse.
Después de mucho tiempo recibimos una orden de la mas alta jerarquía.” Todos los guardianes debíamos prepararnos, nuevos asentamientos iban a ser necesarios, una nueva religión estaba por nacer”
Nos preparamos a la orden recibida, hasta que la Sagrada Umbanda fue inaugurada. Entonces fui nombrado guardián a la izquierda del Sagrado Señor Omolù y asumí mi trono y grado correspondiente.
Hoy ocupo mi Trono y comando la falange de los EXÚ CAVEIRA.
Después de muchos años pude ver mi propia cara en un espejo y comprobé que es igual a la de quien fue mi salvador y maestro, al “SEÑOR TATA CAVEIRA”
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